555 d. C. Eleanora, Sire de Adevarul

Lasombra, 6ª generación, Chiquilla de Marcus Pontio, 5ª generación, Chiquillo de Montano, 4ª generación, hijo de Lasombra.

Eleanora, Sire de Adevarul
Eleanora nació en Cartago-Nova, en medio del conflicto entre los visigodos y los bereberes que avanzaban hacia la conquista de la península. Dama de corte de Leovigildo, las guerras entre las distintas facciones estaba llevando a un retroceso de las líneas iberas, y al avance inexorable de los ejércitos moriscos. Desde pequeña fue preparada para ser una excelente dama, y su padre buscaba el modo de encontrarle un buen marido, con tierras y sangre azul, para mejorar su maltrecha posición. Era una época de grandes revueltas, y muchos nobles veían como su antaño reino se venía abajo en apenas unos días.

La desconfianza en el vecino estaba convirtiendo a la península en un puente de entrada a las hordas del norte de África. Fue en este clima de guerra e invasión donde Eleanora aprendió que no era el color de la piel, ni la nacionalidad lo que daba la valía a alguien. Había visto como hermanos se acuchillaban despiadadamente por un pedazo de tierra, y como los moros, en nombre de su dios y de su palabra, habían perdonado la vida a un pueblo entero. No, eran las personas las que merecían la pena. Todas eran susceptibles de ser cambiadas, siempre y cuando se movieran los hilos adecuados.

Sus intereses por la política pronto comenzaron a dar sus frutos, al ofrecer sus encantos a varios nobles, tanto moros como visigodos, con lo que conoció rápidamente el tipo de gobierno que promovía cada una de las facciones. Ella siempre se mantenía en una aparente posición de apoyo a la facción que correspondiera, usando sus tretas para asegurar que ninguno supiera de sus flirteos con el otro. Lo que no sabía es que alguien se había dado cuenta de sus engaños. Este extraño y oscuro personaje decía llamarse Marco Polonio, y fingía ser un mercader de Génova. Utilizó la información que tenía de Eleanora para chantajearla, y durante un tiempo ésta tuvo que realizar de espía para una tercera facción que ni siquiera ella sabía cual era.

El día que cambio para siempre su vida llegó cuando Marco le pidió que asesinara a un visir musulmán. Sabía que ella tenía acceso a su alcoba, y quería que dejara una marca de su cuchillo en la espalda de tan ilustre personaje. No se sabe bien qué sucedió, pero Eleanora consiguió escapar esa noche del palacio del visir, viva. Al día siguiente se corrió la voz de que el visir había muerto en su alcoba, apuñalado por algún asesino. Marco felicitó a su sierva y le reveló para quién estaba trabajando: le dijo que los "Magistri" guiaban sus pasos y que ellos eran siervos del señor Montano, algún poderoso señor italiano, supuso Eleanora. La realidad era más oscura. Marco Abrazó esa misma noche a su chiquilla y le reveló su nombre: Marcus Pontio, Romano, Lasombra, chiquillo de Montano, defensor de la eterna noche, y en lucha perpetua con Grattiano.

Pronto se descubrió que su habilidad para la política y su ambigüedad le permitían colarse en las cortes de toda Europa, y sus blancos siempre aparecían entre algún señor Ventrue, un díscolo Toreador, o algún que otro Lasombra impropio para su cargo. La destreza y su devoción por la causa le hicieron ganarse el respeto de sus mayores, y en apenas cien años, había demostrado ser un adversario temible. Misteriosa y escurridiza, su puñal era lo último que escuchaban, porque ni siquiera veían por donde llegaba.

En los últimos años, Marcus le ha encargado que recabe información sobre la naturaleza del abismo, ese lugar al que tanto acuden los Lasombra en busca de energía para utilizar sus poderes de obtenebración. Sus viajes le han llevado hasta la antigua Mesopotamia, en busca de ciudades perdidas, más allá de las tierras del norte, estudiando cultos paganos que se relacionen de algún modo con la oscuridad, buscando relaciones entre demonios, espíritus, y otras entidades que puedan tener algo que ver en el entramado del reino de lo oscuro.

Su último viaje le llevó a Constantinopla, donde consiguió robar un viejo tomo que habla explícitamente del abismo y de antiguos secretos de este reino. El viaje de vuelta se tornó en desastre, al naufragar su barco cerca de las costas de Dalmacia. Consiguió esquivar la luz de la mañana, protegiendo su valioso tesoro. En medio de la nada tuvo que avanzar hacia una cadena montañosa en busca de un atisbo de civilización. Fue así como la casualidad, o la desgracia, le llevó a entrar en unas tierras, que de haberlo sabido, seguramente hubiera esquivado: los Cárpatos. Los escarpados riscos dificultaban la marcha, que comenzó a ser un auténtico problema, al no tener casi sustento de sangre en medio de las montañas.

Llegó al cabo de una semana a un pequeño pueblo, hecho de cuatro casuchas y un lúgubre torreón en la colina. No podía esperar más, su prudencia le decía lo contrario, pero su sed estaba comenzando a llevarle al frenesí. Sin mediar palabra, derribó una puerta y se alimentó de los pobres humanos que allí dormían. Parecía que nadie en el pueblo se había dado cuenta de este hecho, todos acurrucados en sus hogares, temerosos de los demonios de la noche. Pero había alguien que si estaba al tanto: el señor del lugar. Un joven Tzimisce impetuoso y cruel. Esa misma noche apareció en el pueblo, irrumpiendo en la casa que Eleanora había asaltado. Su guardia personal de Ghouls le acompañaba, y de acto condenó por haber matado a su rebaño, en sus tierras, sin su permiso. Eleanora había visto esto otras veces, pero siempre había tenido cuidado de estar del otro lado. Esta vez, su ansia de sangre le había llevado a cometer un grave error. La pelea fue brutal, y la superioridad como guerrera de Eleanora se veía compensada por el número de guerreros Tzimisces. Después de dos horas de combate, Eleanora utilizó sus poderes para evadirse a través de las sombras, que tanto cobijo le habían dado antes. En ese momento, algo sucedió en el abismo. Lo que debía haber sido un simple paseo de apenas 15 metros, se convirtió en una eterna agonía, al enfrentarse en su caminar a un ser de la oscuridad. Estaba agotada del combate anterior, pero esta vez era su voluntad la que la mantenía con vida. De algún modo consiguió zafarse del demonio, y volvió al mundo físico. Cansada y sedienta, su mente no pudo más y se desplomó en la gélida hierba.

Cuando despertó era todavía de noche, pero no sabía ni cuánto tiempo había permanecido inconsciente, ni cuánto quedaba para el amanecer. Pero todo esto dejó de tener importancia en cuanto descubrió que el libro ya no estaba donde ella lo había dejado: recordaba haber atravesado el abismo con el, haber llegado al mundo físico de nuevo con el libro, estaba segura que no lo había perdido en el camino. Entonces se percató de unas tímidas huellas en la hierba húmeda. ¡Alguién se lo había robado! Pero era extraño, porque no le había quitado nada más, sólo el libro. Pensó que tal vez los tzimisces de Constantinopla ejercían su poder en las tierras de los demonios, y que tal vez le hubieran seguido, en busca del libro. Pero si así fuera, ¿Por qué no habían aprovechado su inconsciencia para acabar con ella? Todo eso carecía de importancia en ese momento, tenía que recuperarlo. Con lo que comenzó el juego del gato y el ratón, en busca de una presa desconocida en medio de la oscuridad de los cárpatos...